viernes, 16 de mayo de 2008

Juramento Monte Sacro

Juramento en el Monte Sacro
15 de agosto de 1805


¿Conque éste es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su protector para reemplazar la tiranía de César con la suya propia; Antonio renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz; sin proyectos de reforma, Sila degüella a sus compatriotas, y Tiberio, sombrío como la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas, por un Trajano cien Calígulas y por un Vespasiano cien Claudios.

Este pueblo ha dado para todo; severidad para los viejos tiempos; austeridad para la República; depravación para los Emperadores; catacumbas para los cristianos; valor para conquistar el mundo entero; ambición para convertir todos los Estados de la tierra en arrabales tributarios; mujeres para hacer pasar las ruedas sacrílegas de su carruaje sobre el tronco destrozado de sus padres; oradores para conmover, como Cicerón; poetas para seducir con su canto, como Virgilio; satíricos, como Juvenal y Lucrecio; filósofos débiles, como Séneca; y ciudadanos enteros, como Catón.

Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada.

La civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus fases, han hecho ver todos sus elementos; mas en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.


¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!

Simón Bolívar

Opina el Historiador

Juramento del Monte Sacro
Juramento hecho por Simón Bolívar en Roma el 15 de agosto de 1805, cuando era un joven de 22 años de edad. Con él estaban sus amigos Simón Rodríguez, quien contaba entonces unos 36 años y había sido su maestro en Caracas, y Fernando Rodríguez del Toro, de 32. Habían salido de París el 6 de abril anterior, y por la vía de Lyon, Chambéry, Turín, Milán, donde vieron a Napoleón coronarse como Rey de Italia, Montichiari, Venecia y Florencia, llegaron hacia el mes de julio a Roma. Ahí, según la tradición, se alojaron en una posada de la plaza España, cerca de la imponente escalinata que conduce al templo de Santa Trinitá dei Monti. Durante varias semanas recorrieron la ciudad, visitando sus monumentos y sus ruinas llenas de evocaciones históricas, testimonios de la grandeza y la decadencia de los imperios.

El 15 de agosto se dirigieron los 3 al llamado Monte Sacro, situado entonces fuera del recinto de la ciudad, a orilla del río Anio. Ese lugar era célebre en la historia de la antigua Roma, que los 3 venezolanos conocían bien, porque allí se habían retirado los plebeyos en sus desavenencias con los patricios en la época de la República. Es muy probable, como lo insinuó el mismo Bolívar años más tarde, que al dirigirse al Monte Sacro tanto él como sus compañeros tuvieran el propósito de realizar un gesto simbólico, como venezolanos que deseaban la independencia de la patria nativa y de toda la América entonces dominada por España. Ascienden por las laderas de la colina, y en la cima conversan sobre la sucesión de las civilizaciones, su apogeo y su declinación a través de los siglos. Son hombres penetrados por el espíritu de la Ilustración racionalista, que creen en el progreso indefinido del género humano, influenciados también por el nacionalismo y el romanticismo presentes ya en la Europa de aquellos años. Simón Bolívar es un joven madurado por el infortunio: la aún reciente muerte de su esposa; la presencia de su antiguo maestro, convertido ahora en consejero y amigo, es un poderoso estímulo intelectual. Simón Rodríguez Bolívar llamará más tarde «El Sócrates de Caracas», usa un método similar al de este filósofo de la Grecia antigua, basado en preguntas que poco a poco conducen a su interlocutor a descubrir las realidades.

Aquella tarde, mientras el sol se dirige a su ocaso, hablan largamente de las sociedades humanas del pasado, de las luces y las sombras de la historia, de la lucha contra la tiranía y del anhelo de libertad que ya tenían los plebeyos de Roma, 5 siglos antes de Cristo, cuando se reunieron y fortificaron en el Monte Sacro para luchar contra la injusticia; «la civilización que ha soplado del Oriente, exclama Bolívar, ha mostrado aquí (en Roma) todas sus faces, ha hecho ver todos sus elementos; mas en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido, y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo?» Luego, poniéndose de pie, con un gesto firme y tono solemne, hace su juramento con la mirada fija en Simón Rodríguez: «Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor y juro por mi patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español».

Unas semanas más tarde viajaron a París. Simón Rodríguez se quedó en Europa. Bolívar y Rodríguez del Toro regresaron por separado a Venezuela y juntos combatieron en 1811 contra la Insurrección de Valencia, donde Bolívar recibió su bautismo de fuego y su amigo fue gravemente herido y quedó inválido. Bolívar cumplió su juramento y se convirtió en el Libertador a partir de 1813. Simón Rodríguez volvió a América en 1823; cuando lo supo, el Libertador, le escribió desde Pativilca (Perú), el 19 de enero de 1824, una carta en la cual, dándole la bienvenida, le decía entre otras cosas: «¿Se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la Patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros». Entre los historiadores existe total acuerdo en cuanto a la fecha, el contenido y el significado del juramento de Bolívar en Roma; pero ha habido discrepancias en cuanto al lugar exacto. Destacados estudiosos como Caracciolo Parra Pérez, entre otros no menos notables, han sostenido que las palabras de Bolívar fueron pronunciadas en el Monte Aventino, una de las 7 colinas romanas; otros se inclinan por el Monte Palatino, que es también una de esas célebres colinas. El investigador que más profundamente ha analizado el tema, Joaquín Díaz González, sostiene que se trata del Monte Sacro, situado a orillas del Anio. Esta tesis, que es la más firme y segura, se basa en las propias palabras de Bolívar escritas en 1824: «fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar» Por esto se habla del juramento del Monte Sacro o, en términos más generales, del juramento de Roma.

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